Diario Comunal 137 (para Susana): La Historia detras del mito. Parte II.

Llegamos con Susana a cuestas a la punta de aquel camino en construcción. Eran ya las seis de la mañana. Nuestro viaje a Amoltepec se había suspendido. Nuestra experiencia de expedicionarios, o quizás de conquistadores había sido detenido por el desbarrancamiento de nuestra compañera. Sabíamos que estaba viva, pero era urgente que la atendieran, principalmente por su herida en el ojo izquierdo. En el lugar no había más que tractores y una pipa, que se nos informo estaba cargada de combustible. No sabíamos que hacer, nos separaban dos kilómetros de Zaniza. Nuestra única esperanza era la pipa, pero estaba cargada y el responsable, no aceptaba moverla. No se de donde sacamos los argumentos convincentes, el caso que su chofer accedió a la media hora, de hacer el recorrido. Tuvimos que subirla a la cabina, ¿como?, no me pregunten, el caso es que la subimos. A vuelta de rueda, ya que aquel camino todavía no estaba transitable, nosotros montados en los laterales de la pipa, yo aferrado a la puerta de la cabina, Arturo en la otra, nos dirigimos con sumo cuidado hasta aquella comunidad en la que habíamos dormido por la noche.
En un pasado remoto había quedado mi alegría de conocer una microregión Súper-abandonada a su suerte, la euforia de mis compañeras se había transformado en una ira de preocupación, mis ansias de misionero habían quedado frustradas, porque en serio, parecía o me entendía como nuevo blanco, que quería llevar la felicidad a aquellas tierras "indígenas" olvidadas del progreso. ahora que escribo esto después de 29 años y de haber conocido Amoltepec, hace unos días, puedo afirmar, ¡Que equivocados estábamos en nuestras ideas de felicidad.!.

Por fin llegamos a Zaniza, el recorrido de dos Kilómetros me había parecido eterno. La nueva meta era conseguir una camioneta que nos llevara de preferencia hasta la ciudad, o por lo menos al Vado, y encontrarnos con la carretera Sola de Vega-Oaxaca. Empezó el otro calvario. No había camionetas. La única era del ejercito, que acompañaba a un pelotón acantonado por la posible producción de marihuana en aquellos lugares. Estábamos a ocho horas de distancia, de camino de terracería, sin comida, más que alguna torta que llevábamos para mitigar el hambre posible en el camino a Amoltepec. El ser la camioneta del ejército, la única en el lugar, nos nos quedó otra, fuimos en su búsqueda. En mis adentros ante la presión, habían desaparecido mi aberración por la soldadesca, ejemplo de represión, de control, de sometimiento popular. Lo nuestro era Susana, y ni modo empezó la rezandera. ¡ No, No puedo, no tengo instrucciones de moverme ! -pero comandante, usted comprenda, nuestra compañera necesita ayuda, fue un accidente- muchos ruegos , de mujeres y hombres, hasta que el Comandante empezó a ablandarse. A la hora, de aquél eterno ritual, nos vimos trepados en aquella camioneta miliar, con Susana acomodada en la plancha, reciamente escoltada por dos militares y nosotros sus compañeros. ¡ Una condición ! -espetó el Comandante- nos reponen toda la gasolina que usen y sólo hasta Textitlán, ¡ Oyeron, solo hasta Textitlán ! Con los dientes apretados, furiosos pero calmados emprendimos el regreso por aquella terracería. Continuara en la tercera y ultima parte...

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