Diario comunal 44: Sueño en un Estado comunitario.

Un Estado diseñado por un sin fin de células comunitarias, un Estado en que los que dirijan sean nombrados cualitativamente por las asambleas de esas miles de comunidades. Asambleas en donde los jefes de familia se conozcan, intercambien sus conocimientos, sus infortunios, sus necesidades y diseñen en colectivo cada pasó que den en conjunto. Sueño en el respeto que le debemos al otro, hasta convertirnos en el otro, ser todo un solo cabeza que trasciende sus contradicciones, sus diferencias. 

Hacer la vida en colectivo es lo que nos separa de aquellos que lo quieren hacer solos, y que encuentran la mejor herramienta en el poder. Se pasan la vida escalando a las alturas montándose en todos. Sueño en un Estado en el que todos seamos comuneros, constructores de reciprocidad, de fiesta, de trabajo, de intercambio.
 Si obedecemos a consignas numéricas, nunca seremos lo que deseamos ser, porque se nos devorará como simple mercancía. No estoy en contra de los que se asumen ciudadanos, así se les ha etiquetado, y la escuela con su civismo nos ha deformado hasta en el uso del lenguaje. Apelo a ver lavada en su calidad, no en su cantidad como lo ha querido el mercado y el capital. Ya me he cansado de decir que la democracia nunca ha existido, y los llamados genios, vuelven a ella como si no existieran otros modelos de participación. Los genios parecieran encerrados en el laberinto de los números. Ellos de pasada enuncian los ámbitos de comunidad como alternativa de futuro, pero sus análisis vuelven al voto, no a la opinión. La comunidad nace del intercambio real, no de de verticalismos cuantificables. América latina ha sido dañada por el número, pero mantiene viva la comunitaria decisión sobre el futuro de sus hijos. Es cierto lo que decimos es tan obvio, porque lo sufrimos a diario, pero en el diseño de una labor siempre pensamos en cuanto vamos a ganar no en la calidad de vida que logremos. 

En verdad, todos vivimos encerrados en una mina interminable, que la riqueza material de la mina la buscan unos y se apropian de ella, mientras otros nada más encontramos trabajo para descascarar sus paredes. Se imaginan que todos tengamos un representante en el congreso Estatal, que en verdad conozcamos, pues no. Siempre serán chiripazos. Lo puede hacer el comunero, quien ve en la naturaleza a la madre, no a la mercancía, quien ve en la tierra su alimento, no el negocio, quien ve en la madera la satisfacción de necesidades no la extensión de la riqueza, que a fin de cuentas sólo engorda a los banqueros. Que por cierto son extranjeros, salvo extrañas excepciones, que a fin de cuentas se benefician hasta de la sangre de narco consumidores.

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